La Fiesta de Pascua
El Pueblo de Dios celebra, gozoso, la Resurrección de Jesús de Nazaret como un acontecimiento maravilloso, misterioso sí, pero no por ello menos real, fundamento de su existencia y que da sentido a la vida de cada cristiano como miembro del Pueblo de Dios.
Este es el Evangelio, la Buena Nueva, el Mensaje de Salvación, que predica Pablo: “…que Cristo murió por nuestros pecados… que lo sepultaron y que resucitó al tercer día”.
Para comprender la riqueza de esta fiesta es necesario tener en cuenta el origen y significado de la misma y cómo ha ido evolucionando y enriqueciéndose en el transcurso de los siglos.
La Pascua Hebrea
La Pascua que celebra el Pueblo de Dios se entronca en la Pascua que celebra el pueblo hebreo.
La Pascua, una fiesta religiosa
La Pascua hebrea es la primera de las siete grandes fiestas judías y forma parte del grupo de las cuatro (Pascua, Ázimos, Primicias y Pentecostés) que se celebran en Primavera y que, en conjunto, anuncian y desvelan principalmente los acontecimientos más significativos de la primera venida del Mesías; dejando para las otras tres (las Trompetas, la Expiación y los Tabernáculos), que se celebran en Otoño, la perspectiva fascinante acerca de los acontecimientos más relevantes sobre la segunda venida del Mesías.
El Papa Benedicto XVI, en su obra Jesús de Nazareth, escribe sobre las fiestas judías: “Todas las fiestas judías tienen tres dimensiones: proceden de celebraciones de la religión natural, es decir, hablan del Creador y de la creación; luego se convierten en conmemoraciones de la acción de Dios en la historia; y finalmente, basándose en esto, en fiestas de la esperanza del Señor que viene en el cual se cumple la acción salvadora de Dios en la Humanidad y se llega a la reconciliación de toda la creación” .
La Pascua, una fiesta de Primavera
La Pascua hebrea tuvo sus orígenes en una fiesta familiar que un pueblo de pastores, nómada o semi-nómada, celebraba en Primavera; y que consistía, fundamentalmente, en el sacrificio de un animal joven –cordero o cabrito- para obtener la fecundidad y prosperidad del ganado. La víctima era asada al fuego, no se le podía romper ningún hueso y con su sangre se untaban los palos de la tienda para alejar amenazas y proteger de desastres; era un rito protector de males y desgracias.
A esta fiesta de Pascua, primaveral, nómada y doméstica, se uniría, con el tiempo, la fiesta de los Ázimos o panes sin levadura, muy posiblemente de origen cananeo y que revela la existencia de un pueblo agrícola, pues celebra el comienzo de la primera cosecha de Primavera, la siega de las cebadas. Para impedir que los espíritus nefastos del año anterior penetrasen en el año entrante, se descartaba toda la harina vieja y fermentada. Había que esperar a que la harina nueva fermentase sola para utilizar la nueva levadura. Esta espera duraba unos siete días, los días de los Ázimos o días en que se comían los panes sin levadura, por no haber levadura disponible de la nueva cosecha.
Con el tiempo la fiesta primitiva de la Pascua hebrea se convertiría en un banquete que se iniciaba con el rito del sacrificio de un cordero o cabrito que se comía acompañado de pan sin levadura y de hierbas amargas, hierbas del desierto, no hortalizas; se cenaba con el atuendo de quien está preparado para una larga marcha –a la búsqueda de nuevos pastos- báculo de pastor en mano, lomos ceñidos, sandalias en los pies. Esta fiesta era de noche, noche de luna llena, la más luminosa.
Un pasaje del libro del Éxodo sugiere que la fiesta de la Pascua hebrea es anterior a los tiempos de Moisés que recibe de Yahvé-Dios el encargo de dirigirse al Faraón y decirle: “déjanos ir al desierto, a una distancia de tres días de camino, a ofrecer sacrificios al Señor Nuestro Dios”.
La Pascua, memorial del Éxodo.
Dios escucha los lamentos y oraciones de su pueblo, que sufre esclavitud en Egipto, y decide sacarlo con “mano fuerte y brazo poderoso” y llevarlo a una tierra grande y buena, “donde la leche y la miel corren como el agua”. Y esto va a ocurrir durante la fiesta de Pascua. El pueblo hebreo va a vivir su gran Primavera: la liberación de la esclavitud. Dios va a forzar la salida de Egipto de su pueblo mediante una serie de intervenciones especiales, las diez plagas; la principal de las cuales será la décima, la del exterminio de los primogénitos egipcios. El rito de marcar los dinteles y jambas de las puertas de las casas que habitaban las familias hebreas con la sangre del cordero sacrificado va a adquirir un nuevo significado salvador: el Ángel exterminador respetará a los primogénitos de las familias que allí vivían.
El capítulo 12 del libro del Éxodo describe al detalle cómo ha de celebrarse la Pascua. A raíz de este acontecimiento de liberación que experimenta el pueblo hebreo -el acontecimiento mayor de su historia- la Pascua se convertirá en el memorial del éxodo. Y lo que era una fiesta de Primavera a la que se unió la fiesta de la primera cosecha o de los panes ázimos, se va a convertir en la fiesta de la liberación. Todo el simbolismo ritual, (el cordero inmolado, su sangre protectora, las hierbas amargas, el pan sin levadura, vestidos y calzados, con el bastón en la mano…), adquiere una nueva interpretación que tiene su razón de ser en la experiencia liberadora del éxodo: ”este es un día que debéis celebrar y recordar con una gran fiesta en honor del Señor”.
Todos los acontecimientos futuros importantes en la historia del pueblo hebreo van a estar interpretados desde esta experiencia de liberación: en el Sinaí con la entrega de las Tablas de la Ley; al establecer la Alianza; la entrada y conquista de Canaán; la experiencia del exilio -para el profeta Isaías “un nuevo éxodo”. Dios mismo se presentará a su Pueblo como el Dios de sus padres y, sobre todo, como el Dios “que te sacó de Egipto”.
La Pascua, fiesta del Templo.
La Pascua fue evolucionando con el paso de los años. El cambio más importante es la transformación de la Pascua de fiesta familiar a fiesta popular que se celebra en el Templo de Jerusalén, siendo los sacerdotes y los levitas los actores principales y el altar el lugar donde se derrama la sangre de los corderos. La pascua se convertirá en una fiesta de peregrinación; tan solo los judíos de la diáspora mantendrán el carácter familiar de la fiesta de la Pascua eliminándose progresivamente la tradición de inmolar el cordero, rito que se realizará solo en el Templo.
Pero la Pascua, a la vez que conmemora la liberación de Egipto, fomenta la esperanza de la liberación venidera que llevará a cabo un nuevo Moisés, el Mesías. Esta creencia puede ser el origen y la razón de que existieran grupos y movimientos rebeldes, cuya actividad se manifestaba con más virulencia en el momento de la Pascua. En la época de la dominación romana se despliega una especial vigilancia para mantener el orden durante las fiestas pascuales. Cada año, por ese tiempo, el Procurador romano, que habitualmente residía en Cesarea Marítima, subía a Jerusalén.
No obstante la fe religiosa de la mayoría del pueblo va más allá de la simple agitación y rebeldía contra los invasores, y se mantiene pura de compromisos políticos. La Pascua es una fiesta de esperanza porque el pueblo religioso tiene el convencimiento de que durante esa noche vendrá el Mesías.
Jesús y la Pascua
En efecto, el Mesías viene. Jesús toma parte en la Pascua judía. En los evangelios leemos: “llegó el día de la fiesta en que se comía el pan sin levadura, cuando se sacrificaba el cordero de Pascua… Jesús envió a Pedro y a Juan, diciendo: ‘id a prepararnos la cena de pascua’”; y más adelante: “cuánto he deseado celebrar con vosotros esta cena de Pascua antes de mi muerte”.
La desearía mejor, le vemos lleno de celo “expulsar” del Templo a los que han convertido “la casa de mi Padre en una cueva de ladrones”. La suplantará dando cumplimiento a todo lo anunciado por la Escritura y por los Profetas.
Es en el tiempo de la Pascua cuando Jesús pronuncia palabras y realiza actos que poco a poco cambian el sentido y significado de la Pascua. Él es el Cordero de Dios que con su sacrificio en la cruz, su sangre derramada, su muerte, va a liberarnos de la esclavitud del pecado. Él es el nuevo Moisés que guía a su Pueblo, el Pueblo de Dios, a una Tierra nueva y unos Cielos nuevos. El ha cruzado el Mar Rojo de su muerte y ha Resucitado glorioso para entrar en una nueva vida, un nuevo reino.
Así lo entendieron los evangelistas poniendo de relieve, con diversos matices, la Última Cena de Jesús como una comida pascual, aunque se celebrara la víspera de la Pascua: la cena se toma en Jerusalén; está encuadrada en una liturgia de Pascua, “después de cantar los salmos…”; en las bendiciones rituales destinadas al pan y al vino Jesús instituye la eucaristía: Él da a comer su cuerpo y a beber su sangre; sangre derramada por el sacrificio del nuevo Cordero que es Él (san Juan hará coincidir la inmolación del cordero pascual el mismo día de la Pascua judía –la tarde del 14 de Nisán (Abril)- con la muerte en cruz de Jesús).
La Pascua Cristiana
La Pascua anual.
La conmemoración de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús constituye, en esencia, la Pascua cristiana. Entiéndase conmemoración, no como un mero recuerdo sino más bien en su dimensión “sacramental”, es decir, un hacer presente hoy y aquí, vivir y celebrar festivamente, el misterio de nuestra salvación por la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo. Ese es el Evangelio/Buena Noticia que anuncia Pedro a todos los que han ido a Jerusalén a celebrar la fiesta de la Pascua hebrea, después de la experiencia/encuentro con Jesús resucitado. Ese es el Evangelio/Buena Noticia que ha recibido Pablo y que anuncia tanto a judíos como a no judíos (gentiles).
Esta celebración anual de la Pascua cristiana, en el marco de la Pascua hebrea en cuanto a fechas(Abril), ritos (sacrificio, cena), carácter de celebración festiva ( memoria de acontecimiento histórico de liberación), mensaje de salvación futura (venida de un Mesías), para los cristianos se enriquece con nuevos contenidos: los cristianos festejamos nuestra liberación de la esclavitud del pecado y de la muerte, uniéndonos a Cristo crucificado y resucitado para compartir con él la vida eterna y orientar nuestra esperanza hacia su venida gloriosa.
En la noche –primera noche de luna llena después de la Primavera- los cristianos celebramos la Vigilia Pascual para preparar el encuentro con Jesús resucitado. En la Vigilia Pascual tiene lugar la bendición del fuego: es a través del fuego como a veces se manifiesta Dios Salvador (a Moisés en la zarza que arde y no se quema; al pueblo hebreo lo guía a través del desierto por medio de una columna de fuego en la noche); se realiza el rito de la luz, (Jesús Resucitado, principio y fin de todo, es la Luz que ilumina la vida de los creyentes); se proclama solemnemente la Palabra de Dios que hace memoria de su obra creadora y de su obra salvadora; se bendice el agua que hace referencia a las aguas bautismales que a modo de las aguas del mar Rojo son aguas que liberan del pecado y nos incorporan al nuevo pueblo de Dios; la cena pascual con el sacrificio del cordero adquiere su pleno significado en Jesucristo, el verdadero Cordero que muere por nuestros pecados y se nos da en alimento en la Eucaristía. Y, finalmente, la fiesta de Pascua es la celebración de la Resurrección de Jesucristo, hecho fundamental –que fundamenta- en nuestra fe.
La Pascua dominical.
Los cristianos tenemos el privilegio de celebrar semanalmente la gran fiesta de Pascua de Resurrección anual. El primer día de la semana va a recibir el nombre de Domingo o Día del Señor: Jesús, crucificado la víspera de un Sábado, resucita al día siguiente de este mismo Sábado: “el primer día de la semana”. En los evangelios se indica expresamente que es el primer día de la semana cuando se encuentran los apóstoles con el Señor resucitado, durante una comida que renueva la Última Cena. Por tanto, el primer día de la semana se reunirán las asambleas cristianas para la fracción del pan, para celebrar la eucaristía. Este día hace presente a los cristianos la resurrección de Jesucristo, los une a Él en su eucaristía, los orienta hacia su venida gloriosa.
La pascua escatológica.